martes, 22 de julio de 2014

El eterno ocaso

 Justo en el momento en que el sol se va, el sol matiza de colores rojizos, naranjas y rosas la habitación. En este pequeño cuarto lleno de flores que apenas se abrieron, se aspira un perfume dulce y frutal. Se escuchan suaves tonos de Jazz en el fondo con una mujer cantando una triste melodía de amor. Los únicos habitantes de este cuarto se encuentran abrazados entre las sábanas, dos jóvenes de cabello negro envueltos en sueños dulces y brazos que nunca se soltarán. Saben muy bien que ahí estarán, saben bien que nunca se dejarán. Duermen tranquilos después de una platica, de comer juntos, bañarse, o quizás algún juego prohibido que compartieron ambos. La felicidad eterna los acompaña en aquellos ojos cerrados que no ven la belleza que los rodea o piensan algún futuro.
La mujer deja de cantar, pero el piano continúa tocando cuando aparece la oráculo del viento. Heine da una mirada sin emoción alguna a la pareja y acaricia los cabellos oscuros de uno de ellos. Una burbuja entra por la puerta e implota en un torrente de agua que da la forma al mago del agua. Con una mirada arrepentida se mantiene en la entrada. Del piso nace una enredadera que deja paso al aprendiz de la tierra. Un chispazo y una llamarada, la bruja del fuego se presenta en el recinto.
- ¿Así es cómo terminan las cosas ? - Preguntó la pelirroja de llamas de muy mala gana.
- Así es cómo termina este episodio...- contesta con voz monótona la profeta de cabellos azules y vestido verde. El mago azul chasquea su lengua sin dar comentario. El inocente aprendiz  de ropas amarillas derrama lágrimas y sollozos, entre balbuceos rompe el delicado balance de la habitación.
- No quiero...- por fin se le entiende, llora y repite mil veces la misma frase, a veces se le entiende a veces no. - No nos dejes! Creí que te hacíamos feliz! No quiero! No quiero!- cada lágrima creaba nuevas flores. El piso ya estaba lleno de ellas.
La oráculo acarició la cabeza del aprendiz
-Podrás venir a visitar este lugar cuando quieras. Podrás dejarle tus más bellas flores. - El pequeño enjugó sus lágrimas. Carraspeando balbuceó.
-Pero él no las verá...-
Zack, el mago del agua cerró con furia sus ojos y dientes. Claro que él también extrañaría su calor... extrañaría escuchar los bellos sonidos de sus labios al alcanzar el placer máximo... pero no... desde hace tiempo que eso ya no era posible...
Coro también lo extrañaría... pero cómo siempre nunca lo admitiría prefería fundirse en el calor de los recuerdos y de los momentos dónde fue su luz lo que robó una sonrisa al joven humano.
Heine volvió a acariciar los cabellos oscuros de uno de los durmientes y tomó la mano del otro pelinegro.
-Creo que es suficiente... tenemos mucho que hacer... puede volver a este cuarto siempre que lo desee -
-Mas bien desearía que él saliera de este cuarto. Aunque él mismo lo dijo... a todos nos pasa... no vale la pena quejarse... - los labios de uno de los pelinegros hablaron con la voz de Yuelio. -Tengo miedo que me odie... tengo miedo que se enfade conmigo por algo que ni me di cuenta que hice...y por eso... prefiero que quede así...- Su cuerpo comenzó a separarse del apiñonado pelinegro y restableció su figura pálida y su cabello plateado al lado de la cama. Ambos ocupantes de la gran cama suspiraron felices y se abrazaron nuevamente. Acarició el cuerpo que ocupó y susurró - Te dejo a ti esta felicidad eterna... cuídala...
Se acercó al a otro cuerpo y beso sus labios.- Se que no es correcto... pero es el último lo prometo... descansa, se feliz en los sueños que elegiste.Estaré esperando que despiertes...-
El hechicero se levantó pesadamente y dejó la habitación sin mirar atrás. Poco a poco los otros fueron desapareciendo dejando la escena tal como la recibimos. La mujer volvió a cantar la eterna canción. El apiñonado besó la frente del otro, ambos sonrieron y continuaron soñando. Soñar con el eterno atardecer, justo ese momento antes de que la oscuridad los consumiera.

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