miércoles, 4 de diciembre de 2013

Pereza

En una torrencial lluvia, un bote en forma de pagoda cruzaba un río turbulento y desatado. El frío podía sentirse a flor de piel pero Yuelio se relamía con la sensación del viento y la lluvia estrellándose contra su cuerpo y ropas. Sus ojos escudriñaban el paisaje de una ciudad inundada hace más de miles de años, un paraje dónde miles de almas en pena venían a llorar y se ahogaban en lo patético de sus lágrimas. Las lágrimas que siempre los retuvieron ahora eran su castigo por dejarse llevar por la apatía de no seguir adelante y darle significado al agua saliendo de sus ojos. 
El hechicero vestía de unos ropajes de seda del color del musgo decorado con miles de ramas doradas, largas mangas  y un pantalón estilo chino color crema. En su mano sostenía un abanico hecho de tiras de hojas trenzadas que despendía un aroma a madera y pasto fresco, combinando perfectamente con unos guantes de lana color chocolate. Controlando el barco se encontraban dos de sus seguidores envueltos en unas gabardinas largas de color negro con bordeados de color azul marino y verde hoja.
La pagoda se detuvo frente a un muelle conectado a una elegante casa de inmaculado color blanco, el piso de marfil estaba impecable y seco pese a la tormenta. Las gotas se desintegraban y el viento se desviaba antes de tocar la atmósfera del lugar lo que permitía que en medio de la tormenta pudiera existir tal contraste.  
Al momento de tocar el muelle las ropas del hechicero se secaron y lo mismo pasó con Zack y Heine que venían atrás de él.  Sus pasos se adentraron al recibidor dónde un joven de cabellos largos y oscuros, piel nívea y ojos del color de las fresas maduras les recibió. El joven vestía de una camisa a cuadros remangada  hasta los codos, unos jeans entallados que parecían nuevos y unos mocasines negros sin calcetines. Por momentos unas mariposas tatuadas aparecían por su piel, pero desaparecían, moviéndose por toda su piel, al parecer gustaban de pasar el tiempo dentro de las ropas del  joven.
-          Buena noche Belphegor – El hechicero inclinó la cabeza en señal de cortesía a lo cual el joven que se veía no mayor de 25 años, soltó un bostezo e inclinó la cabeza.  Adormilado, señaló la entrada al salón principal.
El enorme salón principal se encontraba adornado ricamente con candelabros llenos de diamantes y cuadros con escenarios angelicales y mitológicos. Del techo, miles de telas con diferentes tonalidades de blanco enriquecían el espectáculo y el centro, dónde se postraba unos ricos sillones de terciopelo y cuero colores hueso.  Todo ese blanco resaltaba de manera increíble a la dama que se encontraba sentada en uno de los sillones, ataviada de un vestido color escarlata en forma de botón de flor, maquillaje excesivo y una mascada roja transparente que llegaba hasta el piso, de manera elegante y seductora rodeaba sus zapatillas con tacón de aguja. 
-          Tarde como siempre Yuelio – La mujer sonrió moviendo seductoramente su boca pintada de carmín.
-          Un placer cómo siempre… Rosa – el hechicero beso la mano de su amiga.
Rosa, la hechicera de la pasión carnal había tenido una feliz vida humana seduciendo a su existencia como tal. Su personalidad pícara, sincera, fuerte y alegre la hacían muy agradable pero una contendiente terrible. Tal como su nombre, era de admirarla pero jamás hacerle enojar, puesto que sus espinas eran temibles.  Se dice que alguna vez conquistó el corazón de un hombre que le agradaba, pero siéndole éste infiel,  su cuerpo se encuentra aún en su jardín. Nutrido por unas flores, sirve de alimento para varios de los brotes más exóticos de Rosa. Una enredadera llena de espinos colecta su sangre rasguñando todo su cuerpo y lo convierte en un néctar que se mezcla con el agua.  
Yuelio se acomodó entre los cojines de uno de los sillones  y pidió a Belphegor un frappe de frutos silvestres y nuez. 
-        -  ¿Vendrán las demás? –  Rosa masculló retocándose el maquillaje con un pequeño espejo.
-         - ¿Por qué no habíamos de venir? – Zack y Heine que guardaban la entrada se abrieron e inclinaron la cabeza educadamente.  Dos figuras entraron en el recinto, la primera venía con un pulcro uniforme blanco con decorados de diferentes tonalidades de azul
Sylvia, una de las brujas del orden  entró  primero en el salón. Su cabello castaño se encontraba suelto y en bellas ondas caía sin tocar sus hombros. Sus ojos oscuros y su sonrisa segura demostraban su aura de autoridad. Sylvia tenía el propósito de vigilar ciertos territorios y ver que estos no invadieran espacios de otros, así como ayudar a las nuevas brujas y hechiceros a instalarse en la vida de magia. Un trabajo pesado y cansado pero perfecto para una controladora del orden y la perfección.  Pese a su buen humor, y alegre personalidad, nunca fue irrespetada por nadie. Aquellos infelices en desobedecerla sufrían del “cubo”…

-          Buenas tardes tengan todos ustedes señoritas y señor- Detrás de ella una joven imitando muy divertida la voz de una anciana. Alexia era una de las brujas más experimentadas y longevas, disfrutaba de su tiempo curiosamente con placeres sencillos y mundanos. Era de las que prefería hacer las cosas con las manos que con la magia. Su terreno era un bosque sereno y tranquilo, con un cotage salido de un cuento de hadas con todo y los animalitos que ayudan a las faenas del hogar. La dulzura de Alexia la había hecho con el tiempo en una de las mejores invocadoras y su apariencia infantil confundió siempre mucho a cualquiera que la conociera. De corta estatura, piel apiñonada, y cabello oscuro, usualmente recogido en algún tocado de muñequita de aparador, era poco frecuentada en el amor, pero muy solicitada para ayuda.
Alexia tomó asiento, mientras Sylvia firme como militar, saludó con respeto a los presentes.
- Sylvia del escuadrón blanco, región 63, presente! -
-¿63? ¿Qué no estabas en la 22? - Rosa dió un sorbo a su batido de frutos rojos
- Me cambiaron nuevamente  por violencia innecesaria- Yuelio levantó una ceja y comentó con la boca llena de cacahuetes
-Oh si... por lo mismo también quería hablar contigo de la masa de carne sanguinolienta en la puerta de mi casa. -
- .... - Sylvia mantuvo su silencio un rato, y volteó para otro lado. - ¿Lindo clima no?
- ¿En serio? ¿"Eso" es Marco otra vez?-
Ya llevaba rato que Sylvia y Marco se habían comprometido para toda la vida. Se casaron bajo la vista de todos sus conocidos y se juraron amor eterno.... desde entonces las cosas se pusieron raras, teniendo alborotos todos los días. Al final Marco jamás podía superar a Sylvia y lo que en una pareja normal era una noche en el sillón, para esta pareja, era ser brutalmente masacrado y abandonado en casa de algún conocido que lo pudiera reconstruir, ya que Sylvia no tenía conocimiento de magias de restauración, curación o resurrección.
-Llegando a casa me ocupo de él, ahora siéntate por favor. Tenemos mucho que charlar, esta reunión no es cada 15 años por nada. -
Belphegor trajo las bebidas y comenzó la faena de ponerse al día. 


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